No pretendo hacer un escrito largo, extenso e interminable como muchos de los otros que he escrito anteriormente.
No lo pretendo, pero realmente no sé que es lo que saldrá mientras aprieto las teclas del teclado y me centro en las ideas que van pasando incesantemente por mi cabeza.
Esta vez no va con indirectas.
Va directamente a ti, así que lee con atención cada una de estas palabras.
Como bien se dice siempre "la marcha es dura", "no hay recompensa sin sacrificio", "mejor algo difícil y duradero que fácil y pasajero"... Son muchas las frases que se suelen decir con respecto a la situación en la que tu y yo nos encontramos inmersos.
Pero pongámonos en la realidad, sabemos que lo nuestro es realmente difícil; que son muchos los obstáculos que se nos han presentado en todos estos meses atrás, en cada uno de los días que hemos pasado juntos y que, al fin y al cabo, no son apreciables para los que nos quedan.
Pero como bien te he dicho tantas veces, es ahí donde está la virtud, en aprender de nuestros errores.
Es mi labor enseñarte todo aquello de lo que yo ya estoy escarmentada, al igual que tu me enseñas cosas que yo antes no había visto desde tu punto de vista.
Aunque no lo creas del todo, te vuelvo a repetir que son muchísimas las cosas que he aprendido de ti desde que te conozco, empezando por tu entrega a los demás sin pedir nada a cambio.
Lo que más me llamó la atención de ti en un principio fue eso mismo, esa entrega que tuviste conmigo, escuchándome incluso llorar sobre temas que apenas conocías y, por supuesto, sin pedirme nada a cambio.
Un año después me sigue sorprendiendo tu manera de ser, todo lo que te engloba a ti; tu manera de actuar ante diferentes situaciones, tu saber estar, tu increíble y sorprendente madurez...
Sobretodo, es destacable y admirable tu absoluta predisposición a escuchar, a aprender de los demás todo aquello que no sabes o que no conoces. Es esa una de las mayores virtudes que tienes, lo que te hace convertirte en la persona tan impresionante que eres.
Es por todo ello y por miles de cosas más que he descubierto y que, estoy segura, me quedan por descubrir de ti, que me encantaste desde el momento en que crucé la primera palabra contigo.
Sé que todo esto te lo he dicho muchísimas veces, que llevo medio año escribiendo entradas en este blog abriéndote mi corazón y diciéndote las miles de cosas que has conseguido que sienta por ti, pero es que no me canso ni me cansaría nunca de repetírtelas, por mucho que pasara el tiempo...
Por mucho que pasara el tiempo, nunca me cansaría de girar mi cabeza mientras alguien me agarra por la cintura para darle un beso, sabiendo que ese alguien que me espera detrás eres tú, acompañado de ese cosquilleo en la barriga que me entra cada vez que aprietas tus labios con los míos.
Por mucho que pasara el tiempo, nunca me cansaría de apoyarme en tus hombros, de olerte, de coger la bufanda que te pusiste la noche de antes y olerla hasta que me acostumbre al olor y ya no llegue a distinguirlo...
Por mucho que pasara el tiempo, Miguel, jamás me cansaría de quererte, porque eres el camino que mi vida necesitaba para encauzarse, porque eres la alegría que un día creí perdida.
Porque te has convertido en mucho más de lo que algún día pude llegar a imaginar...
Por mucho que pase el tiempo, no me cansaré de repetirte que eres la persona con la que quiero compartir mi vida, que no tengo dudas, y cada día que pasa, menos aún.
Por mucho que pase el tiempo, jamás sabrás lo que es vivir un día sin mi, porque yo no pienso separarme de tu lado.
Por mucho que pase el tiempo, jamás dejaré de quererte.
Para siempre... y cuando digo siempre, es para SIEMPRE.